domingo, 22 de mayo de 2011

ENFERMEDAD MENTAL El Cerebro y el Inconsciente



El concepto de enfermedad mental ha sufrido múltiples transformaciones según el desarrollo de la civilización y la historia del pensamiento.  Historia que más que pasado, es el presente de muchas investigaciones y publicaciones científicas actuales. Lo queramos o no continuamos en algunas frases, pensándola aún, por ejemplo, desde el punto de vista mágico-animista y religioso, ¿o acaso nadie de ustedes ha considerado en alguna ocasión y aunque luego lo descartaran, a una persona echando espuma por la boca y convulsionando como poseída por un demonio?.  Lo cierto es que no es nada novedoso, en Mesopotamia ya se pensaba que eran personas poseídas por un espíritu maligno y eran tratadas con métodos mágico-religiosos, que aún hoy,  en muchos contextos y sociedades, se siguen utilizando.

Pero más que meternos con la religión y las “curaciones” mágico-religiosas que podríamos trabajar en otro escrito, nos llama la atención el afán “localizacionista” y “animalista” de otras disciplinas actuales dedicadas al estudio y tratamiento de la salud mental que nos remontan al año 31 a.C. 

Y no queremos decir con esto que el tema no sea de una gran complejidad ni mucho menos, pero localizar la enfermedad mental en el cerebro, entender las pasiones, los conflictos y los deseos insastifechos como disfunciones orgánicas o bioquímicas, ha sido una labor que desde los griegos se ha venido llevando a cabo y ante lo que la medicina y la psiquiatría ha avanzado mucho.  Sin embargo, ellos mismos reconocen que hay algo que se les escapa y que no terminan de solucionar: no pueden entender porqué una persona después de un tratamiento farmacológico vuelve a recaer en la misma o en otra enfermedad mental reiteradamente; no terminan de comprender cómo es posible que un enfermo mejore más con un placebo, que otra persona con la misma dolencia tomando la medicación indicada para su caso; ni cómo es posible que el periodo de internación en un hospital se reduzca para aquellos que tienen con quien conversar y que están acompañados, no les digo ya con un tratamiento especializado basado en la palabra, como lo es el psicoanálisis.  El objetivo, sin embargo, no tendría que ser la comprensión de nada, sino la aceptación y la formación dentro de un modelo científico que dé respuestas a estos interrogantes y que nos permita plantear otros nuevos dentro de esta línea de pensamiento, es decir, dentro de la construcción de un saber no sabido que posibilite trabajar de manera efectiva en el tratamiento de las enfermedades mentales.

El pensamiento científico en el campo de la psiquis, el arte, la cultura y la vida cotidiana, sin la Teoría del Inconsciente, está estancado. Tal es la situación que siguen habiendo investigaciones que comparan nuestro psiquismo con el de un animal y su instinto. En realidad, aprendimos de los animales el concepto de familia que junto al amor, nos protege de la extinción a cambio de una prima de placer, así como nos recuerda que provenimos de una especie que se reproduce por sexuación. Pero el ser humano a diferencia de los animales, habla, “tiene” inconsciente, en vez de instinto “tiene” pulsión, su cuerpo más allá de lo biológico está constituido por palabras y dispone de facultades para la erogeneidad, el erotismo y a su vez, la belleza.  Somos imperfectos, y en esa imperfección morimos aunque nos hayamos pasado la “vida” negándolo.  De esta manera, es imposible extrapolar los resultados de una investigación realizada con ratas, al ser humano.  Otro argumento entre los ya mencionados, es que estas investigaciones no hablan de las decisiones que tomaría un ser humano, sino del comportamiento y el cerebro de las ratas. 

La plasticidad cerebral y sus funciones no alcanzan a dar cuenta del deseo inconsciente, el cual, es vértice de todo diagrama posible para lo psíquico, tanto para el goce de la vida, como para el goce malogrado del sufrimiento. Un deseo que no es destino sino acto, presente en un tiempo fuera del tiempo cronológico, un sin-sentido, solo con-sentido o con múltiple sentido en función de lo que cada uno haga.  Nos tendríamos que preguntar inevitablemente sobre el deseo y el goce de un sujeto que por más acciones que emprende en la vida siempre se ve abocado a continuos fracasos.

La complejidad del ser humano abole la relación causa-efecto, ya no podemos echarle la culpa ni a las condiciones meteorológicas, ni al cerebro, ni a los demonios, ni a la razón, ni a los sentimientos, ya que todo esto, es una ilusión.

Freud construye el concepto de inconsciente de manera teórica pero con efectos prácticos,  y todo lo que creíamos real para las ciencias de la mente se trastoca. A partir del psicoanálisis la conciencia es un órgano perceptual, con las limitaciones que esto conlleva, el tiempo no corresponde a ninguna cronología y la memoria no es exactamente lo que ocurrió en el pasado.  La palabra no es la cosa.  Independientemente del significado, ningún término define o designa directamente un objeto ya que no existe una relación lineal entre lo dicho y la “realidad” exterior o interior, para el ser humano.  La palabra más que definir, crea la cosa, lo que quiere decir que se produce una realidad significante para otro significante.  La palabra, como sexual, obedece a un orden simbólico en el que en vez del instinto, opera la pulsión sobredeterminada por las leyes inconscientes del lenguaje, donde la verdad es construida, temporalmente, entre lo que se dicen las palabras entre sí. 

Añadido a esto, el objetivo del psicoanálisis no es curar nada, sino la buena práctica con la asociación libre, la transferencia y la interpretación-construcción, aspectos que hacen de la curación su efecto secundario inevitable.  Una teoría, un método y una técnica que va a permitir que el sujeto construya otra historia de deseos.  Y cuando hablamos de sujeto, hablamos de un individuo en análisis. 

Decimos entonces que la interpretación debe estar dentro de los límites de la ciencia, y la escucha, una vez establecido el deseo de hablar del paciente, dentro del imaginario universal de la poesía.  La atención flotante planteada por Freud hace referencia a un saber inconsciente, donde el buen psicoanalista no tiene ni debe de recordar nada, ni las interpretaciones que le hicieron, ni la supervisión, ni lo que estudió, solo, que ya es bastante, escuchar desde ese imaginario donde cualquier palabra se puede combinar con cualquier otra, construyendo una realidad novedosa hasta para el mismo psicoanalista, ya que si conoce la interpretación que le va a dar al paciente desde la teoría psicoanalítica, no es ni interpretación, ni psicoanálisis, puesto que entonces lo que ha hecho previamente es lo que hace la psiquiatría y la psicoterapia, alinear al sujeto al diagnóstico, no atenderlo como ser hablante sino como enfermo e interpretar su discurso creyendo que la verdad está en el contenido manifiesto.

Hablar es la única enfermedad del ser humano. Para poder llegar a ser hablante el niño tuvo que darse cuenta de la diferencia sexual que nos constituye como seres mortales. Un saber que sin ser sabido opera en nuestro psiquismo y que no estamos muy dispuestos a aceptar dadas las exigencias impuestas por la Ley Edípica que conlleva. 

Construir un deseo que nos permita el goce de vivir es posible más allá de los diagnósticos psiquiátricos demandados por muchos pacientes para continuar encasillados en el estereotipo.  El cambio a otras posibilidades de designarse es factible para todos, ya que los mecanismos que operan en la enfermedad son los mismos mecanismos que operan en la normalidad.  Sin embargo, cada uno en cada frase, establece una relación diferente con la realidad: para algunos dos más dos son cuatro, pero no lo soportan; otros dicen que ni hablar, que dos más dos, son cinco; y otros que se acercan más a la “normalidad”, dicen que dos más dos son cuatro, y que esta suma es susceptible de transformarse en sesiones de psicoanálisis.

Susana Lorente Gómez
Psicóloga Psicoanalista

No hay comentarios:

Publicar un comentario