jueves, 31 de julio de 2014

Del taller de Literatura y Cine Erótico. Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero

Relato producido en el Taller de Literatura y Cine Erótico de la Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero:

UNA TARDE DE DOMINGO

Louis escribía aunque todo pareciera detenido, nadie sospechaba de sus letras, de las hojas manchadas de carmesí y café sobre la estantería, bajo la cama, un que otro pensamiento vagabundo atrapado en el espejo del baño. Su soledad era infinita, su quietud un pozo sin fondo de nuevos mundos en que las rosas brotaban como de un edén y el hambre reinaba para no morir. El anuncio del verano era el polen corriendo con el viento, chocando con los culos alegres que se menean voluptuosos para existir esporádicos en las miradas, revolcando su placidez de algodón entre dorados brillantes y tenues del sol del atardecer.
La siesta fue un augurio de su piel prelada por el agua de su rocío, y entre una bruma de sueño él en vez de ir a la iglesia, construía el mundo enfundándose sus guantes de carnicero para no mancharse de sangre, esa sangre virgen de su cuerpo mutilado, descuartizado pero en composición perfecta. Los ángeles lo veneraban y el infierno lo alojaba, nunca era él mismo el que volvía, ni siquiera un fragmento, solo un soplo, un susurro de amor lejano y apenas imperceptible, un amor rocoso en el mar y su reflejo en el cuchillo tan deforme, tan real, tan vivo y preciso, no era un volver. Ella, entre las cortinas revolviéndose por el despertar de una tormenta, con las ventanas abiertas de par en par para que llegara la noche a teñir su pelo sobre la almohada, dormía soñando con su roce afilado sobre su piel de arena para correr, ella también, empedernida con el viento. 
No todo culmina con una explosión atómica y sigue siendo insoportable, no todo duerme mientras despertemos. La tormenta no la despertó, pero el calor de sus genitales sobre su pierna le hicieron dar cuenta de que estaba viva, y aún rudimentaria, como si fuera la primera voz del fin de la tarde que sonaba en la casa, preguntó: ¿me los regalas?, son tuyos mi amor, son todo para ti, contestó él, y en esa ilusión recostó su boca sedienta en aquella protuberancia macerada y de soslayo vio el reflejo deformado de sus ojos en el filo de la hoja, sintió su mano enquistada en el mango y comenzó a escribir.

Susana Lorente

Dibujo de Gustav Klimt